
Dentro había montones de fotografías en blanco y negro. En cada una aparecía un grupo de niños sentados en ese mismo sótano, con rostros pálidos y sin expresión. Ninguno sonreía. Y en el fondo de todas las imágenes se alzaba la misma figura: un hombre alto con traje oscuro y sombrero. Su rostro siempre aparecía girado ligeramente, pero Daniel sentía que, de algún modo, aquellos ojos lo observaban a través del tiempo.
Mark le pidió que se detuviera, pero la curiosidad pudo más. Registró la habitación y encontró un cuaderno de cuero escondido bajo la mesa. Las páginas estaban amarillentas, la mayoría ilegibles, pero una frase se distinguía con claridad:
“…los niños… los experimentos… mantenerlos en silencio…”
A Daniel se le erizó la piel. La palabra “experimentos” resonó en su cabeza una y otra vez.
Cerca del suelo, grabadas en el hormigón, aparecían las iniciales E.M. y la fecha 1952. Daniel las susurró sin saber que pronto lo vincularían con un capítulo oscuro de la historia de su casa.
